domingo, 27 de diciembre de 2009

Kafka y la muñeca viajera, JORDI SIERRA I FABRA



“Algún día, cuando deje de escribirte –continuó Franz Kafka– las dos sabremos que la una sin la otra no habríamos llegado nunca tan lejos”.







Era 1923, una fría tarde alemana. Franz Kafka acostumbraba, como cada día, a pasear por el parque Steglitz en Berlín. De pronto, algo le llamó la atención. Una niña, de unos siete años, lloraba desconsolada. Nadie parecía atender a su desesperación.
El escritor se acercó y le preguntó el motivo de su llanto. La niña, tímida pero, al mismo tiempo, confiada como todos los niños, le contó su drama: había perdido a su muñeca.
Ante la impotencia, Kafka utilizó su fantasía y le dijo a la niña que su muñeca no estaba perdida, sino que se había marchado de viaje, y que, de hecho, él era el cartero de muñecas y la suya le había dejado una carta. La niña, que como a veces pasa, necesitaba creer, creyó. Al día siguiente, Kafka le llevó a la niña la carta de su muñeca, en ella le contaba dónde se encontraba y qué maravillas vivía. Londres, París, América, la sábana africana... El mundo es ancho, pensaron Kafka y la niña. Y durante tres semanas, la niña recibió diariamente misiva de su muñeca.
Esta historia salió a la luz relatada por Nora Diamant, la compañera del escritor en aquella época, que explicó como Kafka para escribir aquellas cartas entraba "en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal". La ansiedad de escribir…
Durante años, el estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó a la niña, ya convertida en una abuela, que fuese la única destinataria de aquella obra epistolar. Nunca logró encontrarla, ni a la pequeña ni a aquellas cartas. Tiempo después, el periodista César Aira trató el asunto en el Babelia de El País.
El escritor catalán Jordi Sierra i Fabra leyó aquel día el suplemento y, a raíz de aquello, llevó a la práctica su particular visión. Así nació el libro Kafka y la muñeca viajera, editado por Siruela.
Fabra crea su propio Kafka, con la ternura y la innovación que acostumbra a usar en sus libros juveniles. "El mayor absurdo depende de la sinceridad con que se cuenta", dice el libro en un momento dado. A veces, sobre todo cuando nos vamos haciendo más mayores, es imprescindible leer con la misma intensidad que leímos los libros juveniles, conservar la exacta capacidad de asombro que tuvimos cuando fuimos niños... creer, sin prejuicios ni dudas, en las cartas de muñecas.


Kafka y la muñeca viajera 
JORDI SIERRA I FABRA 
2007 Editorial Siruela, 147 páginas.
martes, 15 de diciembre de 2009

Venecia (Venecias)

"De acuerdo, en todas las ciudades, en las paradas de autobús o de metro, estás acostumbrado a dejarte guiar por la señalización; (...) En Venecia también; basta con que levantes la vista y verás muchos carteles amarillos, con flechas que te indican: Debes ir por ahí, no te confundas, “A la estación de tren”, “A San Marcos”. Pasa de ellas, ni caso. ¿Por qué luchar contra el laberinto? Por una vez déjate llevar. (...) Aprende a vagar, a vagabundear."


¿Por qué Venecias y no Venecia? Porque no es un libro, sino varios. Porque, además, Venecia es única para cada viajero, para cada persona que se adentra en ella, ya sea por primera o por repetida vez; y porque Venecia es única también para quien la sueña antes de visitarla, antes de ser atrapado por ella.

Venecia es un pez es uno de los miles de libros que se han escrito sobre esta ciudad. Una estupenda no guía, a pesar de que como guía se defina en su subtítulo. Tiziano Scarpa huye de los lugares comunes y de los tan propensos tópicos sobre la ciudad de los canales para adentrarse en su Venecia de un modo muy singular: asemejando Venecia a un pez. Un pez por su forma de lenguado, y un pez porque también ella está anclada en el mar.
Y partiendo de ahí, desmigaja la ciudad vinculándola con las partes del cuerpo humano. Y de igual forma, estructura el libro. Lo inicia con la Venecia de los pies, la imprescindible para atravesar los más de 400 puentes. Después continúa:  la Venecia de las manos, de las piernas, de la cabeza, del corazón...

Otra Venecia magistral es la de Jan Morris, una de las escritoras viajeras por excelencia. Su Venecia recoge su particular visión, en la que combina desde las más rebuscadas leyendas hasta las más íntimas pasiones, emociones a flor de piel y en extremo, alcanzando el climax que sólo es permisible en esta ciudad mágica.
Si es cierto que en Venecia no son necesarias las palabras, también es cierto que no se ven los lugares del mismo modo si se saben las historias que esconden detrás. Las vidas que alimentan la curiosidad. Sentarse en una plaza y al placer de mirar, sumarle el de rememorar con la imaginación las cosas allí vividas en tiempo atrás, es sumarle al natural disfrute, otro goce más. Aumentar nuestra capacidad de evocación es quizás uno de los placeres de conocer la historia. Algo que del mejor modo permiten estas lecturas.


Estos son sólo dos ejemplos, dos Venecias. Hay muchas más. Cito algunas:  

Historia de Venecia, de John Julius Norwich.
Horas venecianas, de Henry James.
Venecia observada, de Mary McCarthy.
La otra Venecia, de Predrag Matvejevic.
Vida veneciana, de William Dean Howells.
Marca de agua, de Joseph Brodsky.
Venecias, de Paul Monrad.

Venecia es una ciudad propensa a ser descrita. Pocos son los que al regresar pueden frenar la tentación de hablar, de escribir, de suspirar por ella... de anhelarla. La ciudad desprende un magnetismo que no sólo alcanza y cala, sino que convierte al viajero retornado en su sumiso ciervo, y en su eterno admirador.
Además de tantos libros, desde páginas maravillosas hasta guías soporíferas, hay escritos y más escritos sobre Venecia. Basta tecletar en internet "Venecia" para comprobar como la ciudad es la joya que todos describen y de la que todos quieren opinar.
Pero del mismo modo, es el preciado lugar que todos pretender conquistar y del que nadie puede apoderarse. Sólo aquellos que se saben ya por siempre atrapados, que no niegan que la la ciudad poesee y poseerá una fuerza abrasadora, logran sentirse cerca de la ciudad, acercarse a ella, precisamente por eso, porque comprenden que jamás podrán conquistarla, que Venecia es libre.
Entre esos muchos escritos que uno puede encontrar en internet sobre Venecia, encontramos estos, los de una periodista que en su blog, Kaffekantate, dedica 50 post al rincón italiano. Con la experiencia de haberla soñado mucho antes de visitarla, la describe magistralmente a la vuelta de su primer viaje, de su primer contacto físico con la ciudad. Danza entre lo vivido y lo leído, entre lo imaginado antes de partir y lo real una vez allí. Relaciona y alude, se enfrasca en la búsqueda de las creaciones artísticas que inspiró Venecia -la arquitectura, la pintura, la literatura...-, y juega a ser testigo. Se deja atrapar y se deja mecer. Se deja engatusar y querer por la ciudad. Y envuelta en esa pasión, describe su Venecia, la que ya sólo le pertenece a ella, y la comparte con sus lectores con una inteligencia llena de sensibilidad. 

Venecia es un pez
TIZIANO SCARPA  
2007 Ed. Minúscula, 112 páginas.


Venecia  
JAN MORRIS  
2008 RBA Libros,544 páginas.
jueves, 10 de diciembre de 2009

Elektra, HUGO VON HOFMANNSTHAL


" “Sí, cuando estás hambrienta –le contesté– tú también comes”. Entonces dio un salto y lanzó miradas terribles, extendió sus dedos como garras contra nosotras y gritó: “Alimento a un buitre en mi cuerpo”."






Descontrolada, loca, posesiva. Psicópata, obsesiva, lujuriosa. Frágil.
Adjetivos que podrían describir a la Elektra de Hugo Von Hofmannsthal. El autor austriaco quiere con su obra alejarse de la versión clásica de Sófocles, pero, al mismo tiempo, no desvincularse de ella, por la que se siente fuertemente atraído.
La Elektra de Hofmannsthal combina la fuerza y majestuosidad del teatro griego con el simbolismo y la sensualidad de una sociedad marcada por los descubrimientos freudianos.

El argumento es el mismo que en el drama sofocliano: Clitemnestra, ayudada por su amante, Egisto, mata a su marido, Agamenón. Su hija, Elektra, busca la venganza. Primero confía en que el nombre de su padre lo honre su hermano Orestes. Pero al ver que éste ha desaparecido, le propone a su hermana, Crisótemis, vengar ellas, juntas, a su padre.
Presentado como ópera alemana de un solo acto fue estrenada a principios del siglo XX con música de Richard Strauss.
Algunas críticas aluden al mismo infierno del Bosco, o al de Dante, pero las características que diferencian el uno del otro son muchas. Sexualidad desenfrenada y ríos de sangre no son exactamente dos infiernos igual de comparables, ni de placenteros. Elektra representa la búsqueda insaciable de venganza, el horror de los sentimientos no resueltos. Busca apoyo en sus hermanos para entender que ella misma es la única vía. No importa que Orestes regrese. No sabrán reconocerse. No importa que sea efectivamente él quien vengue la muerte de su padre. No importa porque ella, Elektra, será la irremediable protagonista, la única víctima de su propio sufrimiento.

En la obra se siente la opresión, la fuerza de las máscaras, la falsedad; el otro, lo ajeno, frente al yo, el desconcierto; a cual más peligroso: los enemigos constantes. Se ve de igual modo, la utilización de las personas, el modo cruel de convertir en un objeto la vida. Elektra no deja de aparecer en escena. Es heroína y víctima, es vagabunda en su propio hogar, donde vive obsesionada y confusa.
Los monólogos juegan un papel importante en el drama. Las palabras que forman una cadena de impresiones, un suspiro, la erupción de un volcán, un juego, la luna, el miedo, la seguridad. Palabras.
Elektra es reflejo del mito de Edipo. El hijo enamorado de la madre. La hija enamorada del padre. Elektra representa, además, el papel del sexo y la sexualidad no resuelta.
Es una mujer que posee el elemento demoníaco, que la atrapa, como muestra en la última escena, desde la histeria. Tiene algo de sádica. De ahí la identificación del sexo con la muerte, con el mal, con la suciedad. El sexo como desprecio, del otro y sobre todo, de ella misma. La danza final es el juego del fuego de Dionisio.
Pero Elektra no representa la eternidad de la muerte, sino la fugacidad de la vida.


Elektra 
HUGO VON HOFMANNSTHAL 
Traducción: Ángel-Fernando Mayo. 
Tragedia en un acto (Estrenada en 1909), 58 páginas.
domingo, 6 de diciembre de 2009

La forja de un rebelde, ARTURO BAREA


"Miré el montón de papeles y se me revolvió el estómago. Los sentimientos contenidos de muchos periodistas se habían volcado allí. Había textos que no disimulaban, entre malicias, la alegría de que Franco estuviera, como ellos decían, dentro de la ciudad. Las gentes que leyeran aquellos despachos en otros países estarían convencidos de que los rebeldes habían ya conquistado Madrid".

Arturo Barea nació en Badajoz, pero se crío en Madrid, donde vivió la guerra civil española, durante la cual estuvo al mando del órgano de censura. Ya había sido militar en la guerra de Marruecos. Poco antes de finalizar la contienda española, se vio obligado al exiliarse en Londres. Desde allí, escribió La forja de un rebelde, su novela autobiográfica, considerada una de las obras maestras de la literatura universal.
La editorial inglesa Faber&Faber fue la primera en publicarla, entre 1941 y 1946. En 1951 se editó en español por la editorial argentina Losada. Está compuesta por tres tomos.

En La forja, el primer tomo de la trilogía, Barea narra su infancia y juventud en el Madrid de principios de siglo. Un mapa de lugares que ya no existen, que ya no podemos dibujar. “Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan”. Es el inicio del libro. La figura de su madre, la señora Leonor, lavandera, tendiendo la ropa. El Madrid más castizo. Barea, con la voz del niño que fue, cuenta esos años con la inocencia necesaria, con precisión, sin fantasía. Su familia, sus amigos, su colegio. Buscarse la vida. Sobrevivir. La pobreza. Los sueños que habitan en el pueblo del verano. Los abuelos. Navalcarnero. La antesala de Madrid. El recuerdo, la añoranza: “¡Qué bien se está aquí! La cabeza entre las rodillas”, escribe. Y continúa: “Y yo le miro la cara de abajo arriba sin que ella me vea… Entierro la cabeza entre el delantal como los gatos. Quisiera ser gato. Saltaría encima de las faldas y me haría una bola… Subir encima de las faldas, hacerme una bola, dormitar oyendo hablar… Quedarme allí, quieto, ¡muy quieto!”. E irremediablemente crecer.

La vida política marca el ritmo de La ruta, el segundo tomo. Los primeros apuntes literarios de Barea y, sobre todo, su experiencia en la guerra de Marruecos: Los primeros ideales y las primeras renuncias. Las vísperas de las, también primeras, batallas. Y su regreso de nuevo a Madrid, pero a un Madrid diverso: “Existía un vacío de dos años entre mi familia y yo, entre Madrid y yo. Habíamos roto el hilo de la vida diaria. Si queríamos reanudar nuestras vidas juntas otra vez, teníamos que atar con un nudo las puntas rotas; pero un nudo no es una continuidad, es la unión de dos trozos con un roto entremedias”. A su vuelta, Barea se encuentra con un Madrid alterado, con un decorado que se alimentaba de El Liberal, El Defensor, El Socialista, El Sol, ABC, El Debate… los diarios de la época. Regresar a la Puerta del Sol. Y volver a marcharse, y seguir buscando su lugar.

Con La llama finaliza la trilogía. El relato de aquel 18 de julio de 1936, la más conmovedora descripción de los años de la guerra civil española y el exilio del escritor en Inglaterra. Sencillo y preciso, detallista, Barea va describiendo su vida, mezclando los aspectos más íntimos -su matrimonio, sus hijos, el amor- con los más públicos, la descripción de su trabajo y de la vida social. El pulso a un país a punto de meterse en una guerra civil. Con la ventaja de saber el final, de leer desde el hoy, vamos desmigajando el pasado. Comprendemos mejor aquella guerra atendiendo a los pasos previos, a las revoluciones de palabras y a los hechos. Barea describe explícitamente su visión de la guerra, lo que observa: "Madrid estaba sufriendo hambre y los túneles del metro; al igual que los sótanos de Telefónica, estaban abarrotados por miles de refugiados”. Hemingway. Las Brigadas Internacionales. Detalla su labor al frente del Comité de Censura durante la guerra, con sede en el edificio de Telefónica.
El lector termina el libro con las emociones revueltas, pero con mayor amplitud de mirada. Después, como en los finales impuestos, como en las historias no resueltas, el desamparo.

La forja de un rebelde: La forja, La ruta, La llama

ARTURO BAREA
1941-46 Editorial inglesa Faber&Faber
1951 Editorial argentina Losada
2006 Debolsillo

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El último encuentro, SÁNDOR MÁRAI


“Uno está convencido de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así".
Durante 41 años, el General Henrik ha esperado el regreso del que antaño fuese su mejor amigo: Konrád. Durante todo este tiempo ha aguardado pacientemente porque sabía que su amigo volvería y entonces podría formularle la pregunta meditada durante cuatro décadas. A esa edad en la que "un vaso no es más que un vaso, y un hombre no es más que un hombre", el General espera poder formular su pregunta sabiendo de antemano que no importa la respuesta, que la espera ha valido la pena por poder pronunciar en voz alta el pensamiento, la última verdad que compartirá con su amigo.
El último encuentro es una novela escrita por el húngaro Sándor Márai en 1942 y ambientada en los años de decadencia del imperio austro húngaro. Reeditada por Salamandra en 1999, el libro se convirtió en un éxito en España y en Italia medio siglo después de ser escrita, cuando Márai, que se suicidó en San Diego poco antes de la caída del muro de Berlín, ya era cenizas y polvo.
Es ese momento, el momento en el que si mira atrás sólo ve ruinas, cenizas y polvo, en el que el General aguarda a Konrád. Su amigo entra en la casa de la que huyó hace cuarenta y un años y se sienta en el mismo sillón donde se sentaba entonces. Todo está igual y sobre la mesa todo se dispone del mismo modo que en la última cena que compartieron: los mismos platos sobre la mesa, las mismas velas azules. Sólo falta la tercera figura: la mujer del general, ya muerta, y tercer personaje clave en la historia. Desde este momento, la novela, narrada en tercera persona, se convierte en el monólogo palpitante del General. Comienza: "perdóname si es incómodo para ti todo lo que te estoy contando", y prosigue. Y le habla de pasados, de sueños, de soledades, de culpabilidad, de palabras, de hechos y de intenciones. No es una historia de amor pero el amor es lo que mueve el alma de los tres personajes. El amor no enclaustrado en una sola forma de relación, sino el amor en todas sus variantes y significados, en su mayor pureza.
Es una historia sobre todo de amistades: "complejas y frágiles como cualquier relación humana intensa y cargada de fatalidad". Kónrad, como el lector, escucha atento, y sólo al final se pronuncia, pero entonces las palabras sólo son palabras. Y las preguntas planteadas durante cuatro décadas ya no necesitan una respuesta, son independientes a éstas. El General expresa: "todo depende de las palabras, de las palabras que uno dice a su debido tiempo, o de las que se calla, o de las que escribe". Y remarca que, al mismo tiempo, la amistad exige altruismo y responsabilidad, y que tanto importan las palabras como "el acuerdo de una alianza sin palabras".
Marai describe a través de las palabras de Henrik los entresijos de la naturaleza humana, la verdad como meta y como liberación, la pureza como única vía. Hemos de "soportar nuestro carácter", anuncia el General. Y narra con serenidad, con fuerza, con seriedad. Ternura, entrega y fatalidad. Al final del libro, probablemente las expectativas creadas no queden del todo cubiertas, y las preguntas queden sin resolver, y sin embargo, el camino habrá merecido la pena.

El último encuentro
SÁNDOR MÁRAI

(A Gyertyak Csonkig Egnek)
Traducción: Judit Xantus Szarvas
1999 Ediciones Salamandra, 188 páginas.
martes, 1 de diciembre de 2009

Un calor tan cercano, MARUJA TORRES



"Algunas sensaciones no se olvidan nunca, y marcan una vida con lo que parece una meta de felicidad a la que pretendemos inútilmente regresar cada vez que el vacío se hace en nosotros. Así quiero volver a aquella tarde cuando me agobia la mujer en la que me he convertido"

Manuela es una niña de once años. Pero Manuela es también, y al mismo tiempo, una mujer de cuarenta y cinco. Manuela es una escritora de éxito a la que un día le llega el momento de retroceder tres décadas atrás, a la niña que fue, para ser capaz de reconstruir su historia, para saber quién es y qué queda en ella, para, sin juzgar, recuperar los retazos de su pasado, reencontrarse con Irene, Ismael y Mercedes, las almas de su iniciación al mundo.

Irene, Ismael y Mercedes no son sólo su prima, su tío y su madre, son las tres personas que más huella le dejaron, las tres referencias que aunque hayan pasado más de tres décadas, que aunque ya no sean parte de su cotidianidad, le han hecho ser quién es. Retroceder al pasado para entender el presente. Reconciliarse con la vida para poder amarla.
La iniciación, los primeros pasos y los amores que van mas allá del control. Personas reales -tan reales como la imaginación-, sentimientos, consecuencias y detalles.
"Me dolía el corazón de tanto como la quería en aquel momento", dice Manuela recordando a su prima, y sólo lo entiende sin achacarlo a cursilerías quien, ya sea a una pareja, ya sea a un familiar, ya sea un amigo, ha sentido querer tanto que le duela el corazón.


Un calor tan cercano
MARUJA TORRES

1996 Ediorial Alfaguara, 272 páginas. 
2005 Editorial Planeta, 256 páginas.
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